jueves, 21 de enero de 2010

COMUNIDAD DE EDUCADORES POR LA CULTURA CIENTIFICA

1.Las inquietudes personales y la modificación de mis inercias.

Pensé varias veces para escribir este último informe del curso Comunidad de Educadores por la Cultura Científica, desarrollado por la Organización de Estados Iberoamericanos y el CAEU. Estaba solo, sin estudiantes. Los pasillos de la universidad vacios. Ahora veía las sombras del viento perfilarse en las desocupadas aulas del ITP. Algunas voces y risas venían de la sala de docentes. Ellos, estaban ocupados en sus informes finales.



Camino y me detengo en los tiempos idos. Veo los pupitres, los tableros blancos y las puertas verdes cerradas. Recuerdo el libro del Walter Benjamín titulado “el Pupitre", para recordar aquellos años en que también disfrutaba de mi cómodo pupitre junto a la ventana. En estos monólogos con el texto de la vida quiero decir que de los encuentros felices que he tenido en este semestre, está el haber participado en este curso y la lógica de mis escritos. Volví a leerlos y me parecieron agradables. Ingresé a la página del CAEU y miré mis evaluaciones. Todos los informes sumaban 100%. Estaba satisfecho de la labor cumplida. Era un estudiante Apto, según el valor cualitativo dado en los reportes del informe. No dude en revisar los comentarios de mi tutora Irene. Abrí el último informe evaluativo y me encontré con ideas bellas que me hicieron pensar en mis prácticas y motivaciones sobre los hechos y miradas de docente. El anterior informe, tenía un poco de “pesimismos” que los encontró mi tutora en las líneas del texto.

Ciertamente, ella tenía razón. Cuantas cosas hechas por mis jóvenes eran dignas de elogio. Una mirada audaz a sus aportes permitía reconocer el camino hecho, la tarea cumplida y la posibilidad de seguir aportando a sus cosmovisiones científicas y culturales. En este pequeño vacio de existencia quise traer a colación las palabras de la tutora: “Lamento que tu espíritu, en este caso, esté un tanto teñido de pesimismo; ciertamente es difícil vencer las inercias adquiridas durante toda una vida insertos en un tipo concreto de sistema académico... Con todo, poco a poco, se van cambiando las inercias de los años; España es un ejemplo inmejorable en este sentido: en poco más de treinta años hemos tenido un cambio espectacular en gran cantidad de aspectos, y también, para lo bueno y para lo malo, en educación”.



Estas palabras singulares me dejan abierto el corazón para cambiar mis mentalidades, modificar mis esquemas y retomar la experiencia construida en la marcha de este curso de Cultura científica. Qué bonita enseñanza se adhería a mi piel para surcar las aulas en esas pequeñas búsquedas de verdad. ¿Qué hacía falta para lograr los objetivos y vencer estas inercias? Lo que hacía falta era tiempo, recursos, condiciones, rupturas de paradigmas, lecturas y escrituras. Hacía falta volver a la pedagogía para reflexionar sobre la forma como los sistemas educativos domestican a la juventud. Siendo ellos los menos culpables de estas pobrezas. La práctica de métodos memorísticos y repetitivos, el material didáctico empleado, y la misma organización de los establecimientos educativos han impedido el desarrollo de la creatividad y la participación de la juventud. A ello se suma el tipo de currículo en el que se ha basado el sistema que, debido a las características socio-culturales de la población presenta limitaciones que dificultan y/o impiden cumplir con los objetivos educativos y lograr las metas esperadas.



En este contexto de aperturas y miradas, vuelvo a las lecturas de los Contenedores para definir ¿qué leer?¿con quién hacerlo? ¿A dónde mirar? Recorro las páginas de los archivos y de sus vínculos surge el texto las “dos culturas”. Por un instante recordé el texto de Morín: “…la cultura. No, se dice las culturas”. Entonces no dudé en leer el abstrac de este artículo de opinión. Me hizo pensar en las tantas reflexiones hechas en la historia de la humanidad sobre las lógicas duales. Desde Grecia hasta hoy, el dialogo eterno de los discursos racionales ciencia-humanidades sigue vigente.

Como este informe es sin aula, no dude plasmar en estas hojas blancas, una poco más de literatura a estos abismos racionales, a estos diálogos inconclusos que cruzan zanjas, abren abismos, construyen puentes, pone escaleras, señalan fronteras y siempre dejan la posibilidad de abrir el debate. Recordé lo dicho por el Papa Juan Pablo II en la encíclica Fe y razón: "Tanto en Oriente como en Occidente es posible distinguir un camino que, a lo largo de los siglos, ha llevado a la humanidad a encontrarse progresivamente con la verdad y a confrontarse con ella.

2.Las lógicas duales y sus debates

¿Qué ha generado esa confrontación, esta dualidad con la verdad? La historia lo ha dicho con argumentos: la separación, la disociación, la desintegración, la fragmentación de las ciencias y todos sus debates abiertos a cada generación de pensadores. El Papa, recae sobre la huella de la tradición reconociendo que “con la aparición de las primeras universidades, la teología se confrontaba más directamente con otras formas de investigación y del saber científico. San Alberto Magno y Santo Tomás, aun manteniendo un vínculo orgánico entre la teología y la filosofía, fueron los primeros que reconocieron la necesaria autonomía que la filosofía y las ciencias necesitan para dedicarse eficazmente a sus respectivos campos de investigación”.

Vemos entonces, como este abismo histórico ha sido prolífico en cada época, generando el debate de legitimidad y preponderancia de una ciencia sobre otra. ¿Cuál tiene la verdad, esa es la cuestión? ¿Qué papel juega la universidad en este diálogo? En los albores de la postmodernidad Edgar Morín, el filósofo francés, vuelve a leer la tradición de una emblemática racionalidad y se vuelve trasgresor de toda frontera disciplinaria manifestando que “La visión fragmentada y con una jerarquía rigurosa de saberes que distinguió a la ciencia desde el surgimiento de sus concepciones más primitivas (…) dio origen a este abismo. Según su postura y parodiando a Wallerstein, manifiesta que ha existido la tendencia histórica de “dividir y limitar el conocimiento de tres maneras diferentes: intelectualmente como disciplinas; organizacionalmente, como estructuras corporativas, y culturalmente, como comunidades de académicos que comparten ciertas premisas elementales. "

Este pensador se pregunta: ¿qué es la ciencia? Y su respuesta es, la ciencia no tiene respuesta científica. El último descubrimiento de la epistemología anglosajona es que lo científico es, lo reconocido como tal por la mayoría de los científicos. Es decir, que no existe ningún método objetivo para considerar a la ciencia como objeto de la ciencia y al científico como sujeto. La dificultad de conocer científicamente a la ciencia se ve aumentada por el carácter paradójico de esté conocimiento:

•Progreso inaudito de los conocimientos, correlativo a un progreso increíble de la ignorancia;
•Progreso de los aspectos benéficos del conocimiento científico, correlativo al progreso de sus caracteres nocivos y mortíferos;
•Progreso creciente de los poderes de la ciencia, e impotencia creciente de los científicos en la sociedad respecto a esos mismos poderes de la ciencia.

Frente a esta postura asegura: El poder está fragmentado a nivel de la investigación, pero está reconcentrado y engranado a nivel político y económico. La progresión de las ciencias de la naturaleza lleva consigo regresiones que afectan al problema de la sociedad y el hombre. Además, la hiperespecialización de los saberes disciplinares ha fragmentado el saber científico (que sólo puede estar unificado ya a niveles de formalización muy alta y abstracta), incluidas en él, sobre todo las ciencias antroposociales, que tienen todos los vicios de la superespecialización, sin tener sus ventajas. Así, todos los conceptos morales que se aplican a diversas disciplinas son triturados o lacerados entre estas disciplinas y no son reconstituidos en absoluto por tentativas interdisciplinares. Resulta imposible pensar científicamente al individuo, al hombre, a la sociedad. Algunos científicos han acabado por creer que su impotencia para pensar estos conceptos probaba que las ideas de individuo, de hombre, de vida, eran ingenuas e ilusorias, y han promulgado su liquidación .

¿Cómo concebir, entonces, la responsabilidad del hombre respecto de la sociedad y la de la sociedad respecto del hombre cuando ya no hay hombre ni sociedad? Según el sociólogo alemán Nicolás Lightman, lo que existe hoy para zanjar abismos son “comunicaciones”. Precisamente el texto, las dos culturas es un puente de comunicación sobre un acontecimiento que en palabras de MIGUEL ÁNGEL QUINTANILLA FISAC, debe ser conocido y valorado si queremos abrir el debate de esta larga tradición y de esta lógica dual en una sociedad sin hombres. Según el catedrático, “el año 2009, tan prolífico en efemérides científicas, también deberíamos conmemorar el 50 aniversario de la famosa conferencia de Charles Percy Snow sobre “Las dos culturas”. En ella, este físico y literato británico se quejaba del abismo de incomprensión que se había abierto entre la cultura científica y la cultura humanística en el ámbito académico británico y europeo”. ¿Qué debemos entender con este pronunciamiento?

Según mis consultas personales cuando Charles Percy Snow pronunció la “Rede Lecture” (1959) en la universidad de Cambridge, su término "las dos culturas", además de hacer fortuna tanto en los medios académicos como entre el público no especializado, fue capaz de describir con profunda exactitud la relación que existía en aquellos momentos entre las ciencias naturales y las humanas. Las primeras reclamaban todo el reconocimiento de la sociedad y el prestigio de premios y atenciones públicas. La ciencia sólo podía ser lo único reseñable en periódicos y discursos presidenciales. Por su parte, las ciencias humanas se apropiaban del término "intelectual", de tal forma que sólo las personas de letras podían estar investidas del manto de dignidad y respeto que el título confería.

En suma, una situación de plena incomunicación y enfrentamiento. El acervo humanístico clásico, que había consistido en una mezcla de conocimientos tanto de la naturaleza física como humana, se abandonó en beneficio de la especialización y por la propia dinámica interna de ambos campos del conocimiento. La seguridad y ambiciones de las ciencias naturales contrastaban con la incertidumbre y dudas de las ciencias humanas, de tal forma que ambas se concentraron alrededor de sus puntos fuertes y desdeñaron las posibilidades de entendimiento con la otra.

Sin embargo, el propio Snow revisó sus planteamientos iniciales y planteó la posibilidad de que surgiera una "tercera cultura" que tendiese de nuevo los puentes de entendimiento y colaboración entre ambas caras del saber. De hecho, la división entre ciencias y letras, por así decirlo, no había sido respetada. Einstein o Heisenberg se ganaron con sus trabajos y opiniones sobre el mundo la fama de plenos intelectuales que no se encerraban en sus castillos de marfil, y las ciencias humanas (en especial la antropología o la economía), miraron a los avances en matemáticas, física, biología… como guía y orientación para la renovación de sus esquemas.

Esta tercera cultura ha eclosionado con especial fuerza en la Norteamérica en las dos últimas décadas. El intelectual clásico alejado de las discusiones que sobre Internet, inteligencia artificial, economía del hidrógeno, lógica difusa y redes neuronales, genética y biotecnología… no sabe encontrar su sitio cuando tiene delante de sí a libros que son el fruto de unos adelantos científicos y tecnológicos extraordinariamente complejos, que resultan de experimentos interdisciplinarios de indudable valor social y carga ética (origen de la vida, existencia de Dios y del alma, sentido del universo) y que son además éxito de ventas.

Las ciencias naturales no han llegado a una crisis de objetivos y metas que cumplir. Ésta no es la razón de su creciente interés por las materias que han sido tradicionalmente detentadas por las ciencias sociales y en concreto y para el tema de este artículo. Fenómenos tales como las revoluciones, el surgimiento y caídas de las civilizaciones, crisis económicas… son analizados siguiendo modelos teóricos extraídos de la teoría general de sistemas, la ciencia de la complejidad la teoría de catástrofes… Y estos estudios son realizados no por historiadores, politólogos o economistas, sino por matemáticos, biólogos genetistas… El texto de Quintanilla es claro: “en las últimas dos décadas, lo que llamábamos cultura humanística ha sido casi engullida por la impetuosa corriente del discurso posmoderno. Aquí ya no se puede decir que los humanistas se mantengan ajenos a la cultura científica, y viceversa. Es mucho peor: los humanistas han incorporado la jerga científica para escribir textos incomprensibles al tiempo que se han dedicado a deslegitimar la objetividad del conocimiento científico”

El por qué de esta deriva de las humanidades y de las ciencias naturales puede explicarse primero, en el renovado interés que en el ser humano y su historia tiene el mundo del siglo XXI. Como dijo el premio Nobel de medicina François Jacob, si el siglo XX estuvo centrado en el átomo y en las combinaciones del ácido nucleico, el siglo XXI estaría abocado a tratar el problema de la gestión de la memoria y de la historia. Razones políticas (nacionalismos), filosóficas (postmodernismo), socio-económicas (capital humano) se combinan para conseguir este efecto.

Aun más, hoy en pleno siglo de la información, de las tecnologías no solo surge una tercera cultura y no solo se habla de dos culturas. Otro brazo para este distanciamiento emerge en la brecha que se genera entre las tecnologías y las humanidades. Existe hoy una tensión, que a mi modo de ver, constituye un tercer momento del desarrollo histórico de la racionalidad. Primero, en el período de la ilustración se puso en primer plano la tensión entre las ciencias de la naturaleza y las ciencias del espíritu; Kant supo sacarle partido a esta situación al privilegiar la primacía de los intereses prácticos sobre los intereses teóricos. Un segundo momento puso de manifiesto la tensión entre técnica y cultura; la versión nihilista de Heidegger sobre la técnica y una hornada de críticas severas a quienes las crean, las administran y las utilizan tanto en los procesos productivos, como en el uso que de ella se hace en la industria cultural. Con la denuncia de la tecnocratización de la sociedad se nos enseñó durante buen tiempo de los peligros del proceso técnico para la vida de los hombres. Parte del influjo de la herencia alemana se consideró como mirada crítica y distanciada de la técnica.

Por fortuna, simultáneamente, en nuestros ambientes académicos, también se accedió a la versión que intelectuales como Marcel Mauss, Claude Lévi-Strauss, André Leroi-Gourhan, Lewis Mumford y Marshall Mcluhan, ofrecían sobre las técnicas y las herramientas como extensiones del hombre. Haber pasado de la pregunta melancólica por la esencia de la técnica, a una historia de los modos como ellas alteran el comportamiento y las capacidades de nuestros sentidos, lo mismo que la transformación de la naturaleza y los procesos de socialización, todo esto permitió que la mirada nihilista se atenuara y nos dispusiéramos a un diálogo diferenciador y no conflictivo entre técnica y cultura .

En lo que va corrido de la presente década el tema de la racionalidad se expresa en una tercera tensión. En ese sentido, el asunto de reflexión en el contexto del año de los bicentenarios debería centrarse en el lugar que ocupan las humanidades en la era de la racionalidad científico-tecnológica. Quizá en las actuales circunstancias no sea tan apremiante comprometernos con un ejercicio epistemológico sobre el estatuto de la tecnología ni tampoco hacer una defensa del umbral de racionalidad que tengan las humanidades. Sabemos que se implican mutuamente, por eso el ataque o la apología de la tecnología o de las humanidades es una actitud no sólo ingenua sino, poco provechosa.

No se trata hoy ni de relaciones de determinación, ni de oposición, ni de legislación, ni de fundamentación de la una hacia la otra. Es un punto de vista demasiado artificioso el querer concebir sus relaciones bajo el modelo de la guerra. Sería pretencioso afirmar hoy que la tarea de las humanidades consiste en formar a quienes ingresan a la universidad; más apropiado, sería reconocer que a través de ellos también nos formamos, es decir, que unos y otros llevamos a cabo la empresa de diseñar formas creativas para orientarnos, y ello a través de la alegría que proporciona la reflexión y la construcción de sentidos.

La globalización de la información y de la comunicación, posibilita que la fuerza y el destino de las humanidades se encuentre dentro de la capacidad natural que los seres humanos tenemos para afinar el juicio. Una comunidad en que las personas, pese a la suficiencia de medios disponibles, continúa la conversación consigo misma, sabe muy pronto que lo conveniente es no renunciar a la palabra, no enmudecer, sino seguirse diciendo y narrando historias. Esta narratividad propia de la existencia, su interna dialogicidad, es la que las humanidades no cesan de alentar .

En la dinámica de podernos oír unos a otros y en la alternancia de tu palabra y de la mía, se forma, como bien enfatiza Gadamer. La vida en común, pues es ella la que le abre horizontes a la existencia. Dice José Luis Pardo, las tecnologías crean lo que la modernidad solidificó, como dialéctica de la vida pública y de la vida privada, mientras que el potencial de las humanidades consiste en aprobar lo que sin ello no tendría sabor la vida: la intimidad, es decir, la urdimbre del afecto y de la palabra recíproca, tierra natal de la confianza.

La pregunta ¿por qué nos interesan abrir el dialogo, no de abismo, no de brecha sino posibilidad sobre las humanidades, las ciencias y las tecnologías? es sólo la continuación de una conversación de un devenir heracletiano. Apenas empezamos a considerar lo que para el bien de los hombres significa hablar de ciencia, de científico, de arte, de humanidades, de filosfía, de investigación, de cultura de la imagen, del video y de cibercultura.

El afán de ir hacia adelante distorsiona lo que se ha aprendido de los siglos y del soporte mismo de la vida; incluso si se admiten las discontinuidades y las mutaciones, hay continuidades que delatan lo que desde siempre no hemos dejado de ser. La historia ofrece diversidad de mecanismos de información y de comunicación, para lo cual las obras de la imaginación y la ingeniería humana responden eficaz y oportunamente. No solo nos hemos valido de medios prácticos para la supervivencia. El rasgo irrenunciable de la vida es la herencia. “El hombre es heredero”

3.El heredero de otras culturas

La convicción de que solo el hombre es heredero de las ciencias, de los ritos, de las narraciones, de los símbolos, en suma, la convicción de que si el hombre se universaliza por la ciencia, la tecnología, es decir, se desterritorializa en ellas, se territorializa y se singulariza en los símbolos y en las necesidades de siempre, su humanidad. Por esta razón las humanidades han crecido en este final de siglo, aunque ahora prefiramos no hablar de ello: han crecido secretamente y quizá sea esta la razón por la cual hayamos logrado encontrar este texto y volverlo de discusión y de opinión.

Tenemos la necesidad de continuar por estos medios la conversación de lo que somos. En el reconocimiento deliberativo, en nuestros comportamientos públicos y privados siempre acontece ese menos y ese más que es la experiencia común de pertenecer a una lengua en la cual encontrar orientación para actuar y para saber lo justo, lo conveniente, lo confiado y lo oportuno para nosotros. Este menos es lo que en las humanidades, es decir, en el derecho, la política, la ética, el arte, la literatura y la religión, siempre se puede encontrar. Este más y este menos de las ciencias es lo mejor que tenemos. Einstein dice que a pesar de todo lo pensado por siglos de creación científica, “es los más valioso que tenemos”.

¿Qué debe preocuparnos ahora? El autor del texto dice que “debería preocuparnos la progresiva banalización de todas las culturas reducidas por los mass media a ese único magma de palabrería, elucubraciones pseudocientíficas, fraseología mística y reality shows, que algunos llaman "Cuarto Milenio”. Debería preocuparnos ahora, la emergencia de una nueva cultura centrada en los virtual que rompe todos los esquemas de la racionalidad humanística y científica. Este temor ante los simulacros de los mass media, de las culturas virtuales, queda muy bien sintetizado en el "manifiesto" que elabora el mismo Baudrillard en "la otra cara del crimen". Con la cultura virtual, no sólo entramos en la era de la liquidación de lo real y de lo referencial, sino también en la era del exterminio del Otro. Es el equivalente de una purificación étnica que no sólo afectará a unas poblaciones concretas, sino que se encarnizará con todas las formas de alteridad .

Pero no todo está perdido. No cabe un pesimismo de realidad. Cabe una ligera necesidad de seguir pensando las ciencias y no la ciencia. Cabe seguir religando los mundos, los saberes, las historias, las narrativas y los lenguajes. Reitero, las ciencias y las humanidades han crecido en este comienzo de siglo de otra forma como crecieron en el siglo XX. No hablaría de crisis de las humanidades frente el lenguaje de las ciencias, no hablaría de popularización de las humanidades y de sacralización de las ciencias. Hablaría mejor de la crisis de humanidad, crisis de ser, de hombre, de mujer.

Fernando Sabater en las preguntas de la vida siguiere que no se siga con la enseñanza de contenidos sobre las clásicas y postmodernas humanidades, sino sobre la pregunta ¿quiénes somos los hombres? Somos herederos de otros mundos en eclosión, de otras historias, de otros micro mundos que expresan otras lógicas, otras racionalidades, otras eco organizaciones, otras utopías. Estamos buscando un nuevo destino de humanidad, reconfigurando los discos de una memoria que se deshumanizó en las humanidades, que se maquinizó en las técnicas y se trivializó en las ciencias. Buscamos, la otra cara de la verdad, la otra explicación del paradigma reflexivo, del paradigma complejo, del paradigma sistémico. Morín en Tierra Patria dice de otra racionalidad razonada. Ese es nuestro destino humano.

4.La valoración final y el camino del campo

Quiero valorar positivamente la provocación que me hizo el texto del profesor Quintanilla para escribir y referenciar esta emergente y prolífica disertación dada por la humanidad sobre las ciencias y las humanidades. Esta ha sido una temática que en las aulas universitarias ha sido tema de crucial discusión. Este ha sido el talón de Aquiles de todas las épocas y de todas las culturas. Los grandes filósofos, los científicos, los economistas y hoy los ingenieros discuten sobre el puesto que ocupan las ciencias y las disciplinas en el contexto de la formación y de la consolidación de sociedad.

Al respecto hay que decir que los rápidos y significativos cambios a nivel tecnológico, científico, económico y social implican replantear los procesos de formación de los profesionales de la Universidad de manera que los egresados enfrenten con propiedad el nuevo entorno, el cual ofrece grandes oportunidades pero también impone nuevos retos y dificultades.

Nos hallamos en un punto de la historia en que el cambio radical es posible, y este cambio está enlazado directamente con el impacto que trae la propuesta de la sociedad globalizada y de la sociedad del conocimiento. Las nuevas propuestas de universalización hacen que los procesos educativos y en sí, todos los aspectos de la vida cotidiana se enfrenten a un giro paradigmático. Hay que decir, que la sociedad “postmoderna” se encuentra cada vez más inmersa en la era del conocimiento y del “mercado" y requiere de unas nuevas lógicas y racionalidades para enfrentar las ideas de un nuevo mundo i un nuevo orden.

Parodiando a Peter Drucker, se podría decir que “avanzamos hacia una sociedad del conocimiento especializado y de la persona educada”. Además, se está produciendo una revolución científico tecnológico, dentro de una incesante internacionalización del conocimiento, que tiene como telón de fondo la globalización de la economía y que requiere su pertinente comprensión. Las redes sociales, la web 2.0 nos están enseñando a comprender de otra forma los saberes, las ciencias, las humanidades, el arte, etc.

Un texto que demuestra la impronta de esta nueva forma de comprender los mundos y lógicas de la cultura virtual, de la web 2.0, la encontramos a través de esta etiqueta virtual: http://ippuniversitario.blogspot.com/ Sin duda esta es la otra lógica de verdad comunicativa que se teje en los medios informáticos y telemáticos. Nos enfrentamos a la génesis de una nueva cultura humanística y de humanismo virtualizado. La ciencia, según Morín adquiere conciencia de los problemas humanos y se imbrica en la solución de los mismos. Es una ciencia con conciencia. Somos ahora responsables del destino del planeta, la casa común, la tierra patria donde queremos avivar nuestros sueños y sembrar la nueva estirpe de nuestros desvelos humanos. Manos a la obra desde la perspectiva latinoamericana, ese sera nuestro camino del campo.

A los 22 días de la natividad en la ciudad de Mocoa.